Hace tres años llegó a nuestras salas Ahora me ves, una película de robos de las de toda la vida pero que añadía al juego de engaños el arte más sorprendente a ese nivel, los trucos de magia. Un título que decidía apostar más por el espectáculo que por la sutileza, aunque para ello tuviese que exigir un esfuerzo extra de suspensión de incredulidad a los espectadores. Una licencia que muchos terminamos comprando gracias a que el título era bastante divertido.
La segunda entrega pretende algo lógico en una película de este tipo. Por un lado quiere invertir los roles. Los magos ladrones pasan de ser cazadores de los monstruos del capitalismo a víctimas de los mismos, complicando doblemente su trabajo. Por otro, como en todo espectáculo de magia, apuesta por el más difícil todavía. Si eso implica que el espectador arquee la ceja porque sabe que se la intentan meter doblada, da igual, la primera peli ya sentó las bases de lo que era un show que utilizaba el ilusionismo como excusa para cualquier excusa. Sabemos a lo que venimos.
Partiendo de eso, lo único que se pide a la película es que nos divierta lo suficiente y tenga capacidad de sorprendernos de algún modo y, salvo por alguna escena puntual (una loquísima e imposible escena de ocultación de un naipe), vuela bastante más bajo que su predecesora. Desaprovecha el grueso de novedades argumentales corriendo rápido a lugar seguro, la misma disposición en el tablero de la película original, pero sin la frescura de aquella.
Uno de los grandes alicientes, que encima suponía gesto genial de complicidad con el público, era el fichaje de Daniel Radcliffe como villano de la función. Parecía que estaríamos ante un duelo de magos: el clan del ojo y sus cuatro jinetes contra el mismísimo Harry Potter reconvertido en ingenioso enemigo a batir. Por desgracia, la película hace con este guiño al espectador lo mismo que con su planteamiento inicial, diluirlo de la forma más conservadora posible, la que obliga a repetir esquemas, roles e ideas.
El de Radcliffe no era el único punto novedoso en el casting, por suerte encontramos en esta nueva cinta a Lizzy Caplan, el único protagonista femenino tras la marcha de Mélanie Laurent e Isla Fisher. Apuesta por un descaro que se echa de menos en el resto de la película y en algunas de las incorporaciones, como la de Radcliffe o, sobre todo, el doble papel de Woody Harrelson, que se convierte en lo más parecido a ese colega incómodo que se empeña en hacerte gracia aunque nunca hayáis tenido sintonía alguna. Un despropósito de personaje a medio camino entre Antonio Gala y un fumeta. Atroz.
De todos modos tampoco es que estemos ante un desastre. Ed Solomon vuelve a estar tras el guión y consigue lo mínimo exigible para una secuela, divertir lo suficiente, mantener la identidad y no traicionar a sus personajes, aunque en esta ocasión no resulten tan carismáticos como en la primera entrega, algo que acusa especialmente Mark Ruffalo, que a ratos parece un espectador más de la función.