*DISCLEIMER
Una parte considerable de esta reseña se centra en el clímax de la película. Me parece importantísimo, la verdad. Yo, personalmente, no veo destripes por ninguna parte. Ni muchísimo menos. Abordo la mecánica del final, no sus detalles, ni sus circunstancias. Por qué me funciona tan bien. No me había dado cuenta hasta que se me ha hecho notar muy amablemente por Tuita que puede ser fuente de problemas. Sabiendo esto, y repasando lo escrito, sigo sin ver nada raro, pero dado que no es muy habitual prestar tanta importancia a este aspecto tan sensible de la película, y sabe Dios que ésto es terreno minado, pues pongo un aviso para navegantes. Y tan amics. Un saludo.
Debajo de los gritos, las dentelladas, la sangre, Infierno azul es una película sobre la nostalgia que flirtea durante unos minutos con el realismo mágico — os juro que no me he fumado un porro, esto está ahí — antes de dudar durante su segundo acto entre ser un suspense psicológico sobre un personaje que no tiene o una aventura de acción con un bicho que sí, para culminar con un clímax que me pareció absolutamente glorioso en el que Blake Lively y el gigantesco escualo que la lleva acosando durante más de 24 horas deciden resolver sus diferencias de opinión a hostia limpia de una vez por todas. Un clímax que contiene lo que está empezando a ser una constante en el cine de su realizador: una portentosa jugada final — equivalente aquí a la “pistola en gravedad cero” de Non-Stop o a la GoPro en la escopeta de Run All Night — en la que la película se juega gran parte de sus apuestas hasta tal punto que, creo, si compráis sus últimos minutos, como hice yo, misión cumplida. Si no… hay problemas. Porque Infierno azul canjea a cambio y progresivamente la encantadora personalidad que demuestra en sus primeros instantes y ello puede ser un acuerdo cancelado.
Encantadora porque Infierno azul es una historia que comienza desde una sorprendente intimidad. Nancy Adams es una joven estadounidense en una encrucijada vital sobre su carrera de medicina, y decide retornar a un lugar sinónimo de seguridad, confort y cariño: una playa remota que visitaba su madre fallecida cuya memoria decide honrar compartiendo la pasión que ambas compartían, el surf. La playa en cuestión encierra el misterio de su propia existencia, sin nombre, sin localización exacta en el mapa. Nancy se sumerge en el agua y en ese momento aparece un tiburón hambriento que, en el marco de todos los elementos mencionados, podría ser perfectamente interpretado como un obstáculo dentro de una alegoría, de un rito de paso entre madre e hija hacia la madurez y la responsabilidad. Es un aspecto de la película fácil de soslayar por su premura, por su rareza, y por la rápida intervención de otros elementos más prosaicos, muchísimo más cercanos a una película de Hollywood tal y como la entendemos que acaban deteriorando ese espíritu pero lo cierto es que — y esto es en muy buena medida gracias a Blake Lively — la película nunca termina de renunciar enteramente a él.
Sensible que es uno, da un poco de penica que Collet-Serra y su equipo se aparten de lo que podría haber sido un 127 Horas con mayores dosis de acción. Creo sinceramente que habría enriquecido la película sin perder al público ávido de emociones fuertes. También es justo reconocer que al director catalán le va la marcha y parece existir en esta película un componente de desafío personal: consiguió rodar Non-Stop reduciendo la historia a un avión, ahora es el turno de rodar ésta en una roca, con una gaviota, una boya y agua por todas partes. A este ritmo, la siguiente será la secuela de Buried o la situará directamente en una caja de cartón. Lo que tiene claro, lo que tiene clarísimo, es que si Infierno azul no va a ser un ritual entre las memorias, más vale que sea una película con bicho entretenida. Y lo es, en forma de picos un poco aislados a los que haría falta a) menos metraje b) más continuidad c) un mejor personaje protagonista o d) Liam Neeson. Se trata en realidad de un ejercicio de extrema competencia y control de Collet-Serra y su director de fotografía, el donostiarra Flavio Martínez Labiano, que se mueven con una amplia variedad de recursos de imágenes (con al menos tres momentos para el recuerdo) sin causar en ningún momento el efecto de que están generando el interés de manera arfificial abusando de sus habilidades. Es una película con una notable variedad de situaciones aunque haya unos instantes previos al clímax en los que se nota que ya no tiene ningún sitio a dónde ir, imaginativa en cuanto al aprovechamiento de las limitadas tácticas que tiene nuestra protagonista a su alcance para repeler al tiburón, un medido uso del gore, perfecto pulso con el suspense, y que solo cede, y duda, en los pequeños momentos en los que debe recurrir a su personaje protagonista, solo para descubrir que ahí apenas tiene ningún tipo de apoyo.
Sucede porque, para cuando ha comenzado la acción, Nancy Adams se ha convertido en un personaje bastante vulgar. Anthony Jaswinski decide en su guión que la chica necesita algo más que un recuerdo y decide dramatizar su situación en forma de un conflicto con su padre (Brett Cullen, desde el salón de su casa) sobre su futuro en la medicina que, honestamente, huele bastante a caca de puro manido que está y, por encima de todo, arrebata a su protagonista esa faceta romántica que la hacía tan discernible, individual, privada y empática. El nombre de Lively no es el primero que nos viene a la cabeza cuando pensamos en las primeras de la clase. La verdad es que solo sabe hacer dos cosas: potenciar al máximo su especialización en el género romántico y jugar completamente en contra de su propio estereotipo. No es hasta que me detengo a pensar en la frase que me estoy dando cuenta de la barbaridad que esto supone. Hace dos años, entre Ford y ella levantaron The Age of Adaline y lo que hace The Town es una intepretación de juventud en decadencia absolutamente formidable. Cuando veáis la película prestad atención a fluidez con la que se desarrolla la escena inicial con Óscar Jaenada, en la que ninguno de los dos entiende un pijo de lo que dice el otro. Parece fácil. No lo es. Ellos lo hacen fácil. Blake Lively hace cosas que parecen muy fáciles y no lo son y solo afloja cuando el guión y la dirección le traicionan porque no abordan ninguno de sus dos puntos fuertes y apuestan temporalmente por el modelo “rubia scream queen” contra el que Lively se ha entrenado toda su carrera. En determinados momentos, la película tiene tan poca confianza la película en la capacidad de su actriz que le pone una gaviota al lado para darle palique — una especie de Wilson que nunca cuaja porque no es una representación imaginaria construida a través del puro deseo de sobrevivir, sino una puñetera gaviota. Cua-cua –. En otros, Lively, herida y aterida de frío, rebusca en el callejón de los recuerdos las fuerzas necesarias para seguir. Y me lo creo. Pero no es suficiente.
Por lo tanto, que el final me rescate la película del estante del fondo del videoclub dice mucho de su director. Parece que os lo estoy vendiendo como el nuevo Sexto Sentido cuando de lo que en realidad se trata es de una (potentísima) escena de acción, pero sucede que está excepcionalmente construida: una situación límite con cierto componente de “VENGA NO ME JODAS” que la película necesita en esos momentos como el comer, y en la que por fin cinta y actriz entran en sintonía — añádase a lo mencionado que Blake Lively es muy buena interpretando la sensación de urgencia –, abandona cualquier tipo de miramientos y se convierte en lo que debería, quizás, haber sido diez minutos antes. Es una secuencia que exige cierto grado de suspensión de incredulidad que hasta ahora no habíamos necesitado pero que, como me sucediera en Breakdown, nunca llega a ser lo suficientemente chiflado como para sacarme de la película, y que proporciona una sensación tan profundamente satisfactoria que enmarca con buenos ojos lo visto en los minutos precedentes: una película que sirve para consolidar a su actriz y para mantener el estatus de un director al que solo restaría que el arrojo comercial que necesita para seguir en Hollywood no le nublara la vista en los pequeños detalles. Sirve para ratificar que Collet-Serra está preparado para cualquier cosa en lo que al cine comercial de gran envergadura se refiere. Tanto si lo hace como si decide permanecer en su nicho, cómodamente auspiciado por Liam Neesons, ahora mismo cualquiera de las dos opciones me parecen estupendas.