Quantcast
Channel: Las Horas Perdidas » Críticas
Viewing all articles
Browse latest Browse all 193

La Isla Mínima

$
0
0

Por Doc Diablo.

1980. Dos desaparecidas. Dos policías “castigados” por diferentes motivos a ocuparse de un caso poco importante en un pueblo perdido entre las marismas del Guadalquivir dónde se malvive a peonadas, se atesoran juguetes que muestran fotos de las “grandes ciudades” como Málaga o Cádiz, las mujeres callan o hablan a escondidas mientras se tapan los moratones y la vida asfixia y desgasta igual que antes de llegar eso a lo que en Madrid llaman democracia.

Juan, un Raúl Arévalo que deviene en el punto más flojo del film, joven policía que ha escrito una carta a un periódico quejándose abiertamente de un general, tiene una mujer y una hija pequeña y una fuerte convicción de lo que la nueva España debería ser. Cuando el film termine sólo le quedaran dos de las tres. La interpretación de Arévalo es extremadamente hierática, y la mayor parte de las veces sabemos lo que piensa/siente gracias a la precisión del guión y la superlativa planificación de escenas del director. Para comunicar mostrando muy poco hay que tener esa categoría/don especial, (Oldman en El Topo, Eastwood en Sin perdón, Burt Lancaster en El Gatopardo, Delon en Le Samurai…) que él no posee o, como mínimo, aquí no demuestra. Esto genera una desconexión emocional del espectador para con su personaje, que priva al film de alcanzar todo el efecto trágico que su desenlace pretende.

isla1

Pedro (Javier Gutiérrez) es su opuesto aparente, un representante de la “vieja escuela” al que conviene apartar como a todo lo que dé una imagen asociada al franquismo, que el Gobierno de Suárez quería borrar a toda costa. Javier Gutiérrez borda el papel, se metamorfosea en el personaje, y consigue que el espectador y los habitantes del pueblo, los sospechosos, los/las testigos e incluso su naïf compañero, lo veamos en cada momento bajo la luz que él quiere proyectar. Un hombre cargado de demonios que consigue ocultar la verdad a todos, excepto a sí mismo y que noche a noche, ginebra a ginebra, intenta ahogar las voces en su cabeza.


No es La isla minima un “whodunit” al uso ni confiere atención especial al asesino ni a sus actos, usando la investigación como tapadera de un impecable e implacable retrato de un lugar y, sobre todo, de un tiempo concreto.


Un merecidísimo sombrerazo al trabajo de fotografía de Alex Catalán, recién premiado en San Sebastián al igual que Gutiérrez, que consigue alternar imágenes de una plasticidad y una belleza abrumadora, con otras realmente desasosegantes, que muestran espacios terribles, algunos por claustrofóbicos y miserables, otros por enigmáticos y aparentemente sin fin a la vista. Enfoques a contraluz de los protagonistas en un cortijo mientras buscan pruebas, una turbadora imagen de una chica caminando por un arcén en plena noche en un impecable guiño a Lynch… y un sinfín de momentazos más que no quiero reventaros aquí.

Todo este trabajo resalta, aún más si cabe, el domino de la composición del plano y el músculo narrativo que ya exhibía su director Alberto Rodríguez en la nunca suficientemente recordada Grupo 7. No voy a entrar comparaciones con películas míticas de las que se ha ¿beneficiado? La isla mínima en estas últimas semanas, merced a una paracampaña de prensa que la ha intentado propulsar al Olimpo del cine, primero por una cuestión de buen gusto, y segundo porque la estupenda película de Rodríguez no lo necesita para nada.

Ya el propio director ha hablado del cine que le gusta y le ha inspirado a lo largo de su carrera, y ése valor añadido de estar rodada por un tipo al que le entusiasma el buen cine y que es además capaz de reciclar elementos de Clouzot, Sturgess o Joon-ho Bong para crear un film con identidad propia ya es visible para el cinéfilo con un mínimo bagaje.

isla2

Incluso sin detectar nada de eso, La Isla mínima es su propia película, que pese a la descompensación que provoca un actor protagonista literalmente triturado por el otro, y algún secundario que no sé si es que es un actor no-profesional o solamente malo de cojones, tiene una planificación de órdago, una fotografía apabullante, un composición protagonista para el recuerdo y sobre todo unos cojones de padre y señor mío para, en un final que remite a Costa-Gavras (y ésta que es la gorda no la he leído en ningún sitio) contarnos la mierda de país en que vivimos, la mamarrachada que es la mitificada “Transición española” y como Franco en su día, y el caza-elefantes hace unos pocos meses, lo dejaron todo atado y BIEN ATADO para que todo cambiara, pero todo siguiera igual.

Y si no, id a pueblos marginales a ver cómo se vive, o preguntaos porque se puede salir a la calle tranquilamente con la bandera del aguilucho sin que te manden directo a Carabanchel.

Una muesca más en el cinturón de su director y posiblemente el mejor thriller español desde su propia Grupo 7 y No habrá paz para los malvados.


Viewing all articles
Browse latest Browse all 193

Trending Articles