El slasher es un género que casi siempre ha tenido unas reglas muy rígidas. El modelo canónico, instaurado por La matanza de Texas primero y consolidado por La noche de Halloween después, sitúa a un grupo de jóvenes en edad de merecer (a menudo de merecer la muerte) cruzando una línea prohibida, la que separa su mundo de despendole sexual y mamarrachadas de la sordidez humana más salvaje, encarnada casi siempre por un asesino enmascarado. Era la evolución “festiva” y gore de películas como Psicosis y de otros relatos de asesinos en serie, que abandonaban el punto de vista del investigador o héroe que trata de dar caza al asesino para poner al espectador en la piel de la víctima y, en ocasiones, la del propio asesino. Por suerte, la rigidez del género ha ido desapareciendo una vez que el canon ya se había superado ampliamente, encontrando hermanamientos con variantes muy estimulantes como el “home invasion”, esa en la que los protagonistas son acosados en su propia casa. A medio camino entre estos dos subgéneros, y dando la vuelta al calcetín al último, encontramos esa otra modalidad que sitúa a un delincuente como protagonista, alguien que piensa dar el golpe de su vida y se encuentra con que hay un pez más grande al otro lado de la puerta.
No respires es esa clase de película. Tres jóvenes deciden dar un golpe a un veterano de guerra que saben que guarda un botín en su domicilio. En el caso de la protagonista, una madre soltera que vive con su desagradable madre y el jeta de su novio, es la desesperación por sacar a su hija de ese ambiente lo que la impulsa a cruzar el límite de la decencia. Junto a ella su novio macarra y el pagafantas forever de su amigo, el sensato. Una premisa sencilla y de manual para a los 10 minutos de película estar ya en la puerta del tipo que, en un aparente golpe de fortuna, resulta ser ciego. Pero ya podéis imaginar que lo que sigue dista mucho de ser pan comido. El pobre veterano ciego es la clase de persona que si tuviese una enfermedad la superaría haciéndose sangrías con un machete y después se haría unas flexiones.
A diferencia de títulos como la estupenda The Collector, donde también un ladrón desesperado se las tiene que ver con un puto tarado sádico, aquí el enemigo no lleva una máscara física, pero Fede Álvarez y Rodo Sayagues juegan a darle una pátina de humanidad y una pérdida a la que agarrarse para luego retorcerla y convertir a quien sólo parece defender su casa en una abominación. En ese sentido, el trabajo de Stephen Lang, un tipo con la presencia de un yunque que sabe mostrar una gran sensibilidad cuando hace falta, resulta vital para enriquecer una película que, aunque guarda sus sorpresas y giros, no se aleja nunca del juego del gato y el ratón que se pide a esta clase de películas.
La película divierte, tiene algunos hallazgos visuales a la hora de reflejar la oscuridad absoluta y juega permanentemente con matices de sonido para resaltar la idea de que en casa de un soldado invidente las reglas cambian.De algún modo es como darle la vuelta a los roles de otro clásico, Sola en la Oscuridad, sin dejar de lado el juego sensorial y las ventajas y desventajas que cada personaje tiene a ese nivel. Pero siendo más cercana esta cinta al terror, le falta quizás el punto de locura que se permiten otros slasher, más distanciados de lo realista y amigos de las ocurrencias creativas en lo que a violencia pura y dura se refiere.
Por suerte, también hay que decirlo, nunca se opta por el torture porn, un género donde a menudo la falta de ingenio se suple con un regodeo en lo desagradable sin ninguna diversión. Ésta es una película de las de subidones de adrenalina, de explotar todas las posibilidades de un escenario limitado, y su director sabe que es en ese terreno donde debe mostrar todas sus habilidades.
Se trata de un digno segundo trabajo para Álvarez, que tuvo el mérito de aprobar con soltura su remake de Posesión Infernal y al que Sam Raimi ha apadrinado casi como un digno sucesor. Aunque menos festivo tanto en tono como en su forma de rodar, hereda de su padrino el no tratar vender falsa trascendencia con películas concebidas como puro divertimento.