La película número 13 del universo cinematográfico de Marvel es una relativa rareza dentro de la megafranquicia, ya que hace confluir dos líneas argumentales que se complementan y nutren de forma muy hábil. Por una lado es la continuación de la trama del Soldado de Invierno que vimos en la anterior película de Capitán América, donde Steve Rogers sigue los pasos de su amigo Bucky. Por otro, aborda la rendición de cuentas a la que se ven obligados Los Vengadores por los daños colaterales de sus intervenciones y el conflicto político que deriva de ellas. Dos tramas que convergen para generar la primera división realmente crítica del grupo, que acaba derivando en un indeseado enfrentamiento entre Capitán América, incapaz de someter su compromiso como justiciero a decisiones políticas, y Tony Stark, consciente de que actuar por iniciativa propia no siempre es legítimo por buenas que sean las intenciones.
Capitán América: Civil War nunca llega a profundizar más de lo establecido en el planteamiento del conflicto, al menos en términos políticos. Las reglas y roles del juego se establecen tras la primera misión de los Vengadores que abre la película y debido a las consecuencias de la misma. Pero que no se ahonde mucho más en términos políticos (bien por no establecer excesivos paralelismos con la realidad o bien porque no quieren alejarse mucho de la esencia del género) no implica que a nivel narrativo y emocional no funcione con una eficacia tremenda. Optan por trasladar enseguida lo político a lo humano, ya sea por los conflictos personales entre los que hasta ahora eran compañeros y amigos, o por las propias contradicciones que derivan de tener que elegir entre dos opciones que no son buenas o malas en términos absolutos. En ese sentido, el gran triunfo del guión es hacer perfectamente legítimas y humanas las dos posturas y plasmarlas en un enfrentamiento complejo en lo ético y en lo afectivo. Algo que no hubiese sido posible sin la buena ejecución del gran plan de Marvel, que ha hecho de Capitán América: El Soldado de Invierno y Vengadores: La era de Ultrón los dos pilares imprescindibles para llegar a este momento de una forma increíblemente coherente.
Un triunfo que implica al espectador desde el minuto 1 y que ayuda a que quede en un segundo plano la trama que articula el desarrollo de la película: un plan urdido por un personaje que, analizado fríamente, es la típica carambola loca, cogida con alfileres, ejecutada al servicio del dilema principal de la historia, pero nunca por encima de éste. Es el punto flaco de una película que sabe plantarse ante el espectador haciendo gala de sus virtudes, que son muchísimas, y disimulando hábilmente sus defectos, como en un juego de seducción.
Esa seducción, cómo no, tiene como armas más contundentes las escenas de acción de la película. Aquí el trabajo de los hermanos Russo es incluso superior al realizado en El Soldado de Invierno. El guión de la película les da la oportunidad de lucirse en tres grandes set pieces: la misión inicial en Nigeria, la persecución de mitad de la película y, cómo no, el anunciado enfrentamiento de los héroes, que ofrece la mejor coreografía posible, sacando petróleo de las habilidades especiales de todos los personajes y con alguna que otra sorpresa muy divertida.
Estas tres escenas, el buen pulso en los momentos de suspense y la habilidad para aprovechar los momentos más emocionales de los personajes demuestran por qué Marvel quiere a los Russo al frente de la traca final de su universo. Son la mejor versión que se puede concebir de un director de encargo, dos tipos que lucen mejor cuanto más físicas son las escenas de acción (tremendo el juego que sacan al Capi, Soldado de Invierno, Viuda Negra y Black Panther), que han entendido perfectamente el tono que piden estas películas y que heredan el estilo y el brío de la que posiblemente sigue siendo la película más redonda de Marvel hasta la fecha, El Soldado de Invierno.
Pero hay que insistir en que los Russo son ejecutores de ese plan maestro que aquí han continuado los guionistas Christopher Markus y Stephen McFeely, responsables de toda la saga de Capitán América, de la anterior entrega de Thor y de las dos entregas de Vengadores que quedan por venir (además de la gran peli de Michael Bay, Dolor y Dinero). Dos talentos que se han convertido en la columna vertebral de Marvel mano a mano con la pareja de directores y a los que debemos que los dos personajes nuevos introducidos en esta película, Spider-Man y Black Panther, no sólo no queden como un pegote obligado, algo que sí sucedía en Iron Man 2 (la primera película de Marvel obligada a ejercer de bisagra), sino que adquieran su particular relevancia pese a su limitado tiempo en pantalla.
Civil War es lo más próximo al ideal al que aspira Marvel. No es una película perfecta, pero partiendo de una idea similar a la de Batman v Superman, la de enfrentar a héroes icónicos, logra un resultado radicalmente distinto. Porque si la película de Snyder se quedaba en eso, en lo icónico, en el “¡cómo molaría si se zurraran estos dos!”, aquí se nos plantea un enfrentamiento entre amigos, entre personas que se respetan, que tienen un pasado común, algo que resulta cercano y palpable. Es algo que ayuda también a esquivar uno de los problemas habituales de las pelis de Marvel, los villanos de opereta, lo que sitúa a este título una posición mucho más ventajosa que ha sabido aprovecharse muy bien aunando épica, drama y diversión, sin que nada se eche en falta. Como ocurría en X-Men 2, quizás el gran referente de película de superhéroes coral, Civil War no es una película hecha a base de renuncias, sino de una mezcla muy hábil de características genuinas del universo Marvel, de sus personajes y de elementos pasados y futuros que nunca quiebran la propia entidad de la película como historia única.