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El reino

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De entrada, cabría preguntarse por qué en nuestro cine cuesta tanto hablar de la política contemporánea con nombres y apellidos y por qué, para una película que aborda frontalmente la corrupción política de nuestro país, como es El reino, decide hacerlo con el salvavidas de la ficción absoluta por reconocibles que resulten algunos personajes o acontecimientos. En los últimos años sólo El hombre de las mil caras y B han decidido tomar la realidad política de la mano, una, con la tranquilidad y la consistencia que dan el paso de los años y la consolidación del relato que éstos otorgan, la otra, con cimientos absolutamente sólidos como lo son las transcripciones del juicio a Luis Bárcenas.

A este respecto, tanto Rodrigo Sorogoyen como su co-guionista, Isabel Peña, afirmaban en el Festival de San Sebastián que, más allá de algunos elementos reconocibles de la reciente realidad política de nuestro país, su intención con esta película no era retratar a un partido o unos hechos concretos, sino representar lo podrido del sistema, lo fácil que es corromperse (incluso en insignificantes gestos cotidianos) y la huída hacia adelante de un político medio cuando se le empieza a caer el chiringuito.

reino 1

Es por eso que El reino funciona esencialmente como un thriller de despachos en torno a un personaje cuyo punto de vista se mantiene durante toda la película de forma casi obsesiva. Una película que, más allá de reseñar que la corrupción puede alcanzar a cualquiera en diferentes escalas, se configura como el viaje al infierno de un personaje que, cuando se convierte en el punto de mira, lejos de asumir la responsabilidad, decide salvar lo que pueda de la vida que se ha creado pese a quien pese. Más afectado por ser el chivo expiatorio de una trama, que por la gravedad de sus decisiones y lo que éstas implican de cara a sus seres queridos.

En ese sentido es ejemplar como la película va escalando la gravedad de los acontecimientos una y otra vez y cómo sitúa al protagonista en encrucijadas constantes donde las decisiones van más allá de la mera supervivencia política y civil. Algo que ayuda a que esa imagen de personaje vividor y aprovechado que se nos presenta al inicio se vaya diluyendo por el vertiginoso ritmo de los acontecimientos, poniéndonos a los espectadores en un lugar cada vez menos moralista y, por tanto, cada vez más cerca de las malas decisiones.

reino 2

También, el que la película se distancie de acontecimientos concretos, permite a sus creadores ahondar en elementos del thriller que a veces la realidad te niega, y regalarnos un último tercio con dos escenas geniales en una casa y a bordo de un coche. Dos escenas que, aunque puedan parecer que obligan a la película a dar un salto hacia lo improbable, no son sino muestra de una profunda coherencia interna en esa escalada de los acontecimientos de la propia historia. Situando siempre al protagonista en un lugar más solitario que el anterior y jugándose cada vez más en el camino.

Este punto de vista y esta idea de precipitación hacia el abismo vienen muy remarcados por una dirección seca, vibrante, con una cámara siempre muy cercana al rostro del protagonista y con momentos de un virtuosismo invisible, que es el mejor que se puede mostrar en casi cualquier película (la conversación del balcón, por ejemplo). Un punto de vista que la película altera para dar su último sopapo en esa suerte de clímax mediático cuando al final, la mirada de los dos últimos personajes, se dirige directamente al espectador ante la pregunta más relevante de todas las planteadas en la historia.


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