En mi vida las monjas siempre han estado asociadas a dos referencias: la tía Perpe (de Sor Perpétua), que trabajaba con niños huérfanos y de la que mi abuelo (su hermano) decía, con todo el cariño del mundo, que de buena era tonta; la otra, la obligada pareja que siempre iba en cualquier viaje largo en autobús, como una especie de pequeña unidad militar. Aparte de eso y la que prepara pucheros en Canal Cocina, unas desconocidas. Que sea ateo y bastante profano en lo relativo a la iglesia tiene mucho que ver en este desconocimiento, pero no creo que esté muy desencaminado al afirmar que esta distancia es compartida con muchas personas para las que las monjas son las grandes desconocidas de la iglesia católica, donde ocupan el escalafón más bajo y cuya labor siempre se ha circunscrito a la educación, los cuidados o la mera vida ascética.
Novitiate llega al mercado doméstico y permite, de algún modo, llenar este vacío con una doble trama que trata de explicar tanto las motiviaciones detrás de todas esas mujeres que forman parte de la iglesia, así como sus obstáculos y el profundo cambio que supuso para ellas el Concilio Vaticano II.
En esencia, es la historia de una joven de una familia desestructurada y casi agnóstica que decide iniciar una vida dedicada a Dios. Esa deriva, marcada por una profunda sensación de desarraigo, soledad y falta de afecto, le lleva a compartir con otras chicas un camino de preparación y disciplina casi militar. Un proceso de transformación basado en métodos que llevan casi a la anulación de uno mismo, al cuestionamiento constante de la identidad y a convertir a las personas en herramientas para un fin imposible, amar algo que no existe. Un abismo al que se asoman tarde o temprano y del que se sale sólo a base de voluntad y resignación.
Ese camino iniciático, que se va llenando de baches a medida que flaquean las convicciones y aumentan las carencias afectivas, sucede mientras los métodos del mismo se ponen en cuestión por el nuevo concilio, mucho más aperturista y contrario a la obligación de llevar hábito, a dar las misas en latín o a los castigos físicos y penitencias humillantes.
Ésta es, seguramente, la parte más interesante. Un telón de fondo en el que se ponen de manifiesto muchas contradicciones contemporáneas. Un contexto en el que se “libera” a las monjas de muchas de sus ataduras. Ataduras que, sin embargo, eligieron abrazar plenamente y que han llegado a definir no sólo un modo de vida, sino a conformar su identidad. La única que tienen. La única que se han permitido. Algo que además choca y se entremezcla con otra contradicción más en ese entorno, el feminismo, dándose la paradoja de ver a mujeres defendiendo una vida carente de derechos frente a hombres que les obligan a aceptarlos. Una insumisa sumisión que personifica de forma ejemplar Melissa Leo.
Todo esto podría extrapolarse a muchos debates que existen dentro del propio feminismo y de la sociedad en general donde, con frecuencia, la lucha por la obtención de derechos en un contexto revolucionario o reformista, es decir, que conlleva una destrucción o confrontación de la tradición permitiendo un avance más rápido, choca de lleno con las libertades de quienes se sienten cómodos o incluso reivindican su derecho a abrazar dicha tradición. Es el conflicto que surge cuando quien busca un cambio a mejor para los oprimidos se niega a ver que hay márgenes donde el término “opresión” es muy relativo y, a su vez, cuando la defensa de la libertad más absoluta desestabiliza la estructura social necesaria para defender los derechos de quienes más lo necesitan porque, sin límites a ciertas actitudes, a veces es difícil defender a quien lo necesita. Es la consecuencia del pensamiento dicotómico, del blanco o negro, que reina a la hora de ordenar sociedades complejas de una forma que resulte “manejable”.
Reflexiones personales aparte sobre lo que trasciende de esta película, y volviendo a la historia en sí, es también muy interesante cómo Maggie Betts aborda todo el proceso de la protagonista como la decisión más íntima posible, un acto absolutamente libre y personal que, sin embargo, no le impedirá enfrentar sus convicciones y sus decisiones con sus deseos más profundos.
En este sentido, la película, en vez de dar un desenlace satisfactorio y cerrado, quizás también por la complejidad de las ideas y conceptos que maneja, que hacen complicado el poder concluir la historia de una forma más sencilla y directa, opta por ofrecernos un baño de realidad: La vida es el conjunto de las decisiones que tomamos y las consecuencias y renuncias que acarrean. No hay, por tanto, nada que salga gratis.