SPOILERS MUY LIGEROS
Un poco cacao maravillao fruto de lo que percibo como una pelea de productores, y no ando muy desencaminado: Scott Rudin está intentando hacer Arrival (personaje mustio enfrenta trauma privado durante encuentro con lo desconocido), David Ellison está intentando hacer Alien (cuidao bichorl) mientras Alex Garland, director y guionista está intentando hacer todo eso y, además… bien, Aniquilación (el principal efecto de vivir en una irrealidad es la desaparición del individuo). La primera medio me funciona, la segunda la salva con relativa comodidad con solo dos escenas, una de ellas absolutamente acojonante y un merecido punto álgido de la película, y la tercera va a más según se va olvidando de las dos primeras y se lanza en persecución de lo que consigue el carácter especial que me distingue a la película: su belleza. O “la” belleza. La belleza como abstracción. Parece un poco sobrada pero, de verdad, no lo es. La película hace un condenado esfuerzo en este sentido. Un experimento, de la mano de sus protagonistas, en la forma en la que nos entregamos a lo que nos fascina.
Describir la trama de Aniquilación es fácil – un grupo de científicas investiga la existencia de una zona aparecida tras el impacto de un meteorito, con el interés particular de una de ellas en averiguar qué le sucedió a su marido, único superviviente de todas las expediciones –; sus imágenes, no tanto. Una pompa de jabón en cuyo interior reside un entorno selvático repleto de color y vida y habitado por un ecosistema donde flora y fauna parecen experimentar constantemente sobre sí mismos, creando y rompiendo reglas sin solución de continuidad. Un lugar donde el tiempo y el espacio son relativos, como es el flujo de los recuerdos de las expedicionarias y que se diluyen conforme se van adentrando más en sus secretos. Entrar en esta zona, en la llamada “Área X”, implica olvidarse de una misma y desaparecer en el paisaje.
“Puedes huír de aquí o enfrentarte a lo que venga… o puedes hacer otra cosa más”, dice en un momento dado una de sus protagonistas. Alex Garland elige en muchas ocasiones esta última opción: una vía más trascendental y en principio menos accesible para contar su película. Forcejea con ella porque es en este punto en el que se distancia claramente del material original para cerrar una historia que abarca realmente tres libros. Pero cuando le funciona, le funciona por placer estético: imágenes y secuencias enteras que dan vida a un lugar en el que merece la pena abandonarse. Alguien se transforma en una estatua de flores, alguien baila con un humanoide indefinido de metal, alguien se fascina con una nube de humo donde caben todos los colores y alguien se aterroriza de un oso con voz humana.
Con todo, y como apuntaba al principio, no es una película ni mucho menos enteramente abstracta. Ni siquiera en sus verdaderas intenciones: la rígida cámara de Garland, con sus mecánicos desplazamientos, y ciertos acordes de guitarra acústica contribuyen a asentar la cinta y a limitarla, en cierto modo y desde mi punto de vista, porque produce un efecto un poco desapasionado en relación a lo que me muestran. Parte del cacao mencionado beneficia en cierto modo: retornos ocasionales a la concreción — una escena de suspense, otra de terror bien definidas, que las hay, como hay violencia física y brutal — son muletas que no necesitaría una película con más “arrojo” (y aquí me refiero básicamente “Tarkovsky”).
Garland (escritor antes que director hasta el día de su muerte), jamás, jamás, jamás las convierte en episódicas o intrascendentes: belleza y horror proceden del mismo lugar. Pero nunca me terminan de encajar porque me parece que no es el terror la sensación primordial que creo que persigue Annihilation. Es algo más complejo, más pacífico: la reacción al hecho de saber que una vez que has entrado en el Área X, tú jamás volverás a ser tú nunca más. Y que la muerte de la individualidad no tiene por qué ser necesariamente malo.
Si es un indicador de algo, creo que es en último aspecto en el que las actrices de la película están más cómodas: cuando dejan de intentar explicar lo que sucede y se dejan llevar por los placeres y terrores de este nuevo mundo. Portman es el ejemplo más destacado pero hay rastros de esto que digo en todas las demás. Jennifer Jason Leigh asume un papel más de guía, pero Rodríguez y Thompson aprovechan momentos puntuales de pura emoción. Emoción, quizás, es lo que yo inyectaría a esta película. Esto no tiene nada que ver con la puesta en escena de su director, al que veo preparado para cualquier cosa (Aniquilación es una pelicula puntuada además por pequeños detalles muy sutiles, casi secretos, – manos que se deforman tras un cristal, tatuajes de misteriosa aparición, habitaciones diferentes pero extrañamente parecidas – que acentúan la sensación de misterio), sino más bien por cierta tendencia que percibo un poco de vez en cuando en la scifi de gran calibre contemporánea, por la que se pone en el centro de la acción a personajes distanciados de antemano, aparentmente descontentos con su propia existencia. Aniquilación tiene en este caso un ticket dorado: todas nuestras protagonistas están descontentas con el mundo que dejan atrás, lo que las convierte en más perceptivas hacia lo que les espera delante.
Pero como siempre me ocurre, sea como fuere, mis momentos favoritos en estos casos sean aquellos que dan a sus protagonistas una renovada pasión por la experiencia de vivir, momentos que Aniquilación reserva para su tercio final y consiguen que, sumando tres, cuatro imágenes previas de las que se me quedan en la memoria y pido a esta clase de producto, consiguen que la tercera película de Garland (contando Dredd) no solo no me desmerezca al resto de su filmografía, sino que me invita a pensar en que realmente está preparado para meter una marcha más, si lo desea, a la hora de lidiar con conceptos nuevos y enriquecedores de un género que está viviendo estos años, distanciamiento o no, opiniones personales al margen, un momento histórico muy, pero que muy, muy a tener en cuenta. Y Garland, si todo prosigue a este ritmo, puede ser uno de los grandes nombres.