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The Disaster Artist

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Podríamos referirnos a The Room como una de las peores películas de la historia y, probablemente, no mentiríamos. El tema es que películas verdaderamente malas ha habido muchas a lo largo de la historia del cine. Entonces ¿por qué precisamente The Room se convierte en un título especial entre todas ellas?. Probablemente porque, más allá de sus calidad, es una película infinitamente rica y acertada en sus tropiezos, porque nace de la mente de un personaje tanto o más grande que la leyenda de la propia peli y porque, a diferencia de otras, el paso de los años la han convertido en una obra de culto (aunque sea mediante la celebración de lo cutre).

James Franco adapta en The Distaster Artist el libro homónimo sobre la historia detrás del rodaje de esta película ya convertida en mito, narrado por uno de sus protagonistas, el actor Greg Sestero. El acierto de Franco es el de acercarse a esta historia de la forma más honesta posible, nunca mirándola a ella o a sus responsables por encima del hombro, alejándose de la parodia y aproximándose a una recreación lo más fiel posible de lo sucedido delante y detrás de las cámaras.

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Esa recreación da lugar a una película que habla con igual intensidad sobre personas inadaptadas, sobre la pasión por un oficio y sobre los muchos fracasos que se encuentran detrás de una industria como la del cine. Pero si nos centramos en los dos protagonistas Tommy Wiseau y Greg Sestero, encarnados por James y Dave Franco, es sobre todo una historia sobre una amistad improbable, defectuosa y tóxica que dio lugar a una película que podría adjetivarse del mismo modo.

Y es que el núcleo de todo es la relación entre estos dos personajes a través de su único nexo, el cine. El único pilar capaz de soportar una relación entre un tipo extraño y sin habilidades sociales, cuya edad, origen, pasado y recursos son un enigma, y un típico joven de clase media norteamericana, cuyo sueño es ser actor.

Cuando descubrimos poco a poco que es esa amistad la que fue el origen de The Room y que la propia película no fue sino una excusa para mantener viva esa unión y ese sueño común en el momento más oscuro, con un tipo tan extravagante como Wiseau, enamorado de un arte que apenas conoce, liderando el proyecto, es cuando empezamos a entender el por qué del afortunado desastre. Un paracaídas en el que el autor volcó todas sus frustraciones y una autoimagen absolutamente distorsionada, engordando sus virtudes en la misma medida que los defectos del resto de personajes.

The Room se revela así como la materialización de un ego tan desproporcionado como frágil, como un acto de generosidad envenenado y a la vez sincero y, sobre todo, como la traslación a la pantalla de una vida tan destinada a la soledad y el fracaso que acabó dando la vuelta al mismo.

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Quizás es spoilear un poco (AVISO), pero merece la pena destacar la escena climática de la película, el gran estreno de The Room, que se convierte en la más cruel terapia de aceptación de un personaje que haya visto en mucho tiempo. Cualquiera que haya estado en una sala con público mostrando su propio trabajo, aunque sea un corto, conoce esa mezcla de ilusión y pánico que te invade y cómo cada reacción en la sala (o la ausencia de ésta) es un zarandeo emocional tremendo. Lo que vive Wiseau en esta escena es la mayor y más cruel cura de humildad para alguien que, en el fondo, sólo quería agradar a los demás.


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