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Baby Driver

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Por Doctor Diablo

Partamos de que Baby Driver, la nueva película de Edgar Wright es impecable como atracción de feria en el mejor sentido de la palabra; los que los americanos vienen a llamar “thrill ride”. No seré yo quien vaya a discutir eso. Pero sí seré el que intente montar un caso sobre por qué no es oro todo lo que reluce. O sí lo es, pero a veces uno entre tanto oro(pel) encuentra a faltar una buena mesa de madera con las patas recias.

La primera hora del film es portentosa, y la audaz idea de rodar un thriller bajo las coordenadas del musical, o viceversa, cosa que no me acabó de quedar del todo clara, merece kudos a granel sólo por la osadía. Pero es que incluso en esto, Baby Driver es una contradicción con patas, toma un riesgo muy bestia pero lo calcula, lo mide al milímetro y lo hace prisionero de su falta de aire, de su nula capacidad para la improvisación, y al igual que los acufenos del protagonista, a partir de un punto no consigue hacerme dejar de oír los engranajes que mueven la maquinaria

© Tri Star Pictures / Working Title

© Tri Star Pictures / Working Title

Las secuencias iniciales del film son un prodigio técnico y un derroche de talento a nivel de planificación. La exuberancia del concepto y la perfección de la ejecución, junto a un entregadísimo Ansel Elgort y una cuquísima Lily James, cuyas escenas íntimas son las únicas que consiguen evitar la impostura general, hacen que durante un buen rato la película te suma en un estado de satisfacción continua, y con su molonidad extrema puntuada por momentos de ternura teen, haga que tus pies no puedan estar quietos en el suelo de la sala y una sonrisa gigante te invada el rostro. Pero por desgracia la magia, medio por exceso, medio por problemas de guion se diluye un poco pasado el ecuador del film.

Y no es que Jon Bernthal y Jaime Foxx no estén estupendos en un papel extrañamente partido en dos, ni que Spacey no aporte su solvencia habitual, ni que, sobretodo y sobre todos, John Hamm no devore cada escena donde aparece, perfectamente secundado por esa revelación sexy y arrolladora que es Elisa Gonzalez. Ni siquiera que Wright se relaje y permita que el glorioso “high concept” de la película haga el trabajo por él, sino que, para mí absoluta extrañeza, hay dos constantes en el cine del director-la fallida aunque disfrutable Scott Pilgrim aparte- que aquí no están ni se las espera. Una, la sensación de “verdad” y facilidad para empatizar que suelen transmitir sus personajes, y otra la voluntad de hacer crecer la narración desde las relaciones entre los protagonistas entre ellos, el entorno y su lugar en el mundo. Y esas dos cosas juntas son parte imprescindible de las grandes películas de atracos, desde Rififi hasta Heat, aquello que románticamente llamamos “alma”, cosa de la que el cine de Wright iba bien servido hasta la fecha.

Paradójicamente, la película de Wright que se toma más en serio a sí misma y en la que elimina la pátina de humor, que no ironía, con la que hasta ahora había barnizado a sus personajes, resulta la más fría y emocionalmente distante de todas. O quizás no tan paradójico si tenemos en cuenta que ese tratamiento era una salvaguarda contra unas dinámicas que, de no contar con ese humor, hubieran podido devenir en películas realmente amargas. Especialmente la más reciente y brillante The World’s End: auténtico compendio de miserias humanas que Wright parece conocer perfectamente y que rezuma ternura y amargura a raudales, sin importar las toneladas de referencias a la cultura pop, chistes y aliens con las que el director británico aderezaba el conjunto.

Y es que se nota, y mucho, que aquí Wright sabe poco, o nada, del mundo sobre el que escribe más que lo aprendido a través de las películas y, pese a ello, intenta evitar caer en los lugares comunes y los mecanismos narrativos de esos films, tan empeñado en subvertir las expectativas como incapaz de encontrar una alternativa que mejore a lo ya conocido. Esto se hace especialmente patente en unos 10 minutos finales de auténtico bochorno donde por no querer asirse uno de los finales clásicos de las pelis de atracos, acaba generando uno que es un batiburrillo de todos y de una absurdidad bastante estúpida.

En definitiva Wright, al que muchas veces he definido como el “Tarantino europeo” con las obvias diferencias culturales y estilísticas mediante, ha hecho el paso contrario al del genio de Knoxville. Allí donde aquel ha empezado a supeditar la pirueta al contenido y se ha hecho más grande si cabe, Wright ha filmado una especie de “demo técnica”. Una tesis doctoral sobre su capacidad como virtuoso de la dirección totalmente gratuita, aunque no por ello poco disfrutable, para aquellos que ya éramos firmes seguidores de su evangelio fílmico

Esta es una película digna de estudiarse en aulas de dirección cinematográfica por su tremendo dominio del ritmo y el encuadre, así como clase magistral de trabajo de cámara y edición, y ya está siendo jaleada, con razón, por muchos directores de prestigio. Pero ha sido a costa de que el Wright director se haya zampado al Wright autor completo: tan claramente como yo habría preferido zamparme otro “Cornetto” .


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