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La La Land

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Si una película como La La Land no triunfa estamos todos condenados.

Esta cita pertenece a Tom Hanks, la pronunció en el pasado festival de Telluride en donde presentó Sully de Clint Eastwood. El actor acababa de asistir al pase de La La Land de Damien Chazelle y no dejaba de expresar su malestar ante la actual situación que atraviesa el cine de Hollywood dominado por las adaptaciones de cómics, videojuegos y también por los reboots, remakes y las secuelas – hoy las películas están condenadas a no tener un final porque antes de su estreno ya sabemos que tendrá una continuación – y en donde nos encontramos con dos escenarios, el primero copado por las grandes producciones valoradas en más de 200 millones de dólares, destinadas a multiplicar esa cifra en la taquilla y el segundo por títulos de un presupuesto no muy superior a los 20 millones que las majors (o mejor dicho sus filiales) conciben por y para ganar premios, con ellas no obtendrán beneficios económicos porque las campañas publicitarias son largas y costosas pero sí que consiguen prestigio y son un reclamo para próximos proyectos de semejante envergadura. El término medio, es decir, aquellos trabajos realizados con otros fines difícilmente pueden sobrevivir.

© Universal Pictures International Spain

© Universal Pictures International Spain

La La Land se ha convertido en uno de los fenómenos de los últimos meses, no solo se está notando en las valoraciones de la crítica sino también se está viendo en la taquilla, solamente en los Estados Unidos ya se acercaba a los 40 millones de dólares antes de que llegase a las 1.000 salas. Y se trata de una producción de 30 millones de dólares dirigida por el chaval que triunfó en Sundance con Whiplash (ganadora de tres Oscars) y protagonizada por Ryan Gosling y Emma Stone. Curiosamente algo que conceptualmente está más próximo al término medio al que me refería en la introducción se ha convertido en el acontecimiento cinematográfico de esta temporada y en la indiscutible rival a batir en los próximos Oscars (la Asociación de Prensa Extranjera en Hollywood es plenamente consciente de ello y le concedió los siete Globos de Oro a los que aspiraba el film) y Lionsgate ha fichado para su campaña a Lisa Taback, la principal consultora de la industria y antigua asesora de cabecera de Harvey Weinstein (el año pasado logró que Spotlight se llevase el Oscar a la mejor película y para ello días antes de que se cerrase el plazo sacó a la luz a una de las víctimas de abusos sexuales de las que se hablan en la película).

Hay un momento en el que el personaje de John Legend le dice al protagonista, un pianista que sueña con tener su propio local y que se ve obligado a aceptar trabajos y abrazar estilos que no le gustan nada, que no se puede revolucionar el jazz anclándose en el pasado. Y Damien Chazelle (autor también del guión) hace una declaración de intenciones con esta frase. En cierta medida La La Land no deja de ser revolucionaria y no solo en el género (desde On connaît la chanson hasta Amanece en Edimburgo la mayoría de los musicales estrenados en las últimas dos décadas se nutren de un repertorio que no es original, la gran Bailar en la oscuridad de Lars Von Trier es una de las pocas excepciones surgidas en este período), y al mismo tiempo no deja de ser una oda a la nostalgia, la película es una declaración de amor hecha al cine musical más clásico tanto conceptual como formalmente y a pesar del fenómeno en el que se ha convertido no está corriendo el riesgo de ser declarada antipática tal y como le sucedió a The Artist de Michel Hazanavicius hace un lustro. Si Baz Luhrmann estrenó Moulin Rouge en el 2001 para que el público de la MTV disfrutase de un musical en la gran pantalla, Chazelle ha hecho en el 2016 La La Land para que los millennials se aproximen al esplendor de un género que por edad no han podido ver en una sala de cine.

La verdadera estrella de La La Land es Emma Stone. El papel de Mia, una aspirante a actriz que se gana la vida trabajando como camarera en una cafetería alojada en los estudios de la Warner, es un auténtico regalo para la actriz de 28 años. Stone es puro encanto, carisma y naturalidad, y se siente realmente cómoda en la piel de su personaje. El único problema que tengo con La La Land reside precisamente en Ryan Gosling que aunque no deje de esforzarse para salvar la papeleta ante semejante torrente de energía que tiene por compañera de reparto queda a la altura de un leño.

© Universal Pictures International Spain

© Universal Pictures International Spain

La La Land es además un ejemplo de síndrome de Stendhal cinematográfico. Todo es bellísimo, desde la fotografía de Linus Sandgren (habitual director de fotografía de David O.Russell que no se caracteriza por ofrecer planos bonitos) hasta el vestuario con aire retro de Mary Zophres, pasando por el diseño de producción de David Wasco y como no el repertorio musical creado por Justin Hurwitz y la pareja de compositores de Broadway Pasek & Paul.

Solamente puedo cerrar esta crítica citando las palabras de James Cameron que apelaban al disfrute de la experiencia cinematográfica en la gran pantalla. Películas como La La Land están hechas con ese fin y afortunadamente cintas así se siguen rodando.


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